
Desde la dura
Ruta de la Amistad , y tan sólo a 130 kms de la capital nepalí, seguimos aprendiendo de la vida tibetana...

Nos hemos centrado en estos días en los niños de las remotas y olvidadas aldeas del
Tibet . Nos sorprenden su madurez, la mirada de adultos que te penetra hasta hacerte sentir mal y es que no podemos dejar de comparar con aquellos otros niños que tienen y exigen de todo para buscar la felicidad. Estos niños no lloran por ir al colegio, porque sencillamente muchos no van a clases, no se aburren con sus juguetes porque carecen de ellos; desperdician su futuro acompañando a sus padres en las terribles tareas domésticas, recogen trigo a mano o se entretienen saludando a los turistas que pasan a toda velocidad con los todoterrenos marca Toyota.

Pusimos nuestras tiendas para pasar la noche a los pies del paso de
Lagpa La , la tarde era perfecta y algunos niños no tardaron en aparecer, curiosos por nuestra presencia se acercaban tímidamente para jugar con nosotros.

Una simple libreta con un lápiz que llevamos para apuntar algunos datos, fue un regalo que no olvidarán en muchos días. Los dibujos nos sirvieron para poder comunicarnos, compartir risas y darnos cuenta de lo desconocido que era para ellos un trozo de papel.

La carretera ha seguido su tónica general de subir metros sobre el nivel del mar, hemos cruzado los pasos de
Gyatso La a 5250 m y pronto se asomaban las grandes montañas de
7000 m .

Otra de las grandes anéctodas de estos días, fue a la llegada en
New Tingri , a 80 kms del campo base del
Everest . Dormíamos esa noche en un modesto hostal tibetano cuando vimos a un hombre de mediana edad tumbado en un camastro, su gesto reflejaba un dolor abdominal fuerte, no podía ponerse en pie y la cara reflejaba la impotencia de una situación así. Enseguida preguntamos para que le atendiera un médico y nos comentaban que el hospital más cercano estaba a 5 horas en autobus, en la ciudad de
Shigatse . Hace tan sólo unas semanas en el pequeño pueblo, el gobierno chino había inaugurado un ambulatorio pero desprovisto de todo material sanitario, las medicinas brillaban por su ausencia... La sensación de impotencia era grande y no nos quedó otra que sacar nuestro botiquín para intentar ayudar, suerte que llevábamos inyecciones para el dolor y Piedad, sin pensarlo ni un segundo y escuchando los gritos de dolor, no dudó en inyectarle un nolotil con valium que dejó al lugareño dormido en unos minutos y preparado para viajar durante la cinco largas horas.

Al cabo de unos días, nos enteramos por teléfono que este hombre tenía un fuerte dolor de apendicitis y que fue operado en el hospital de
Lhasa , previo pago de la factura clínica, lo que hace más difícil, si cabe, la complicada vida del pueblo tibetano.

No encontramos en la frontera con
Nepal , en el destartalado pueblo de
Kodari , mañana cruzaremos a territorio nepalí y atrás habremos dejado las grandes montañas, los paisajes de luz nítida, el altiplano y la olvidada vida de un pueblo que siente un presente incierto, que combate con uno de los climas más duros del planeta y que vive con la humillación diaria de la ocupación china.


Comenzaremos a descender metros en dirección al valle de
Katmandú, volveremos a sentir el aire puro y disfrutar de las aguas salvajes que bajan de las montañas. En nuestra retina, ya para siempre, las grandes puestas de sol y las caras curtidas por el frío que emanan dignidad por las personas que habitan este lugar llamado
Tibet.
Desde la frontera con
Nepal , a 130 kms de
Katmandú
VIAJAMUNDEANDO